Mientras el país se paraliza
por estos días, como ningún otro en la tierra, para dar paso al extendido solaz y a esperar
que las premoniciones mayas del fin de los tiempos lo tomara sabrosamente
sometido a la juerga vacacional y al resabio de las hallacas y los alcoholes,
el fútbol trabajaba.
Ese balompié venezolano,
otrora relajado, se sometía al estrés muscular de las pretemporadas y generaba
abundancia informativa en una época en la que sólo los pragmáticos ingleses,
incólumes y severos, programan partidos el 1 de enero y la vida en el Reino
Unido sigue como si nada.
No quedaba otra, cuando se avizora una etapa crucial que
arranca la tercera semana del año y que está plena de novedades, buenas nuevas
y otras no tanto. Las que hablan de cambios de norte, felices retornos y
expectativas por un lado. Las que seguirán siendo las mismas, cargadas de
incertidumbres y apremios de vieja y nueva data.
Nuestro fútbol ahora no
duerme. Aquellas cuatro vueltas al campo antes de comenzar la zafra, ya no
existen más. Todo el mundo se pone el overol y apuesta con lo mucho o lo poco
que tiene. Hasta la tercera división anuncia los rigores de la preparación.
Nadie te va a pasar por encima con sus chequeras y nombres. El sufrimiento está
garantizado para los vencedores.
El mercado se movió con
gusto. Volvió Richard Páez a la palestra traído por Mineros, que también
reinsertó al guaireño Richard Blanco desde Chile y anotó al revulsivo Chourio.
Táchira se enganchó con el clan Farías y las más preciadas perlas de un
Anzoátegui que se reinventará a partir del mando del “Teto” Betancourt y la
savia oriental. Caracas, siempre
consecuente, sigue fiel a sus principios
y filosofía con Bencomo. Lara arriesga
con su propia gente la línea que marcó el explosivo Saragó. Zamora aborda con
firmeza el proyecto San Vicente. Aragua quiere ser un chocolate espeso.
El resto se las arregla con
dignidad y sin la copiosa chequera oficial que financia nóminas ostentosas,
fuera del contexto económico de un fútbol que sigue saltando el ABC en sus
conceptos estructurales. Pero con todo,
hay ganancia como la de esa generación Sub-20 que a partir del próximo
12 de enero nos motiva con otra posibilidad mundialista en las eliminatorias
suramericanas en Argentina. La sub-17 de Rafa Dudamel tiene futuro. Y, por
supuesto, con el entusiasmo y la certeza que vende Farías para que de una vez por todas estemos en la gran cita Brasil
2014. Hay que comprarle al César.
Con todo el rebullicio de lo
que viene, casi sin darnos cuenta se fue a Colombia el Riquelme venezolano. El
único movimiento migratorio interesante se ha dado con Wiswel Isea, ese gordito
que maneja el rigor de los tiempos y la coloca donde duele para que los demás
cobren. Pregúntele a Richard Banco. Isea, un jugador de otro fútbol no siempre
apreciado en nuestro contexto. Un pasador insigne, milimétrico, que si se dedica en serio, va a regar clase
entre los cachacos.
Esperemos una temporada
feliz en un año crucial para el fútbol
venezolano. Que sigamos creciendo todos, entrenadores, jugadores, directivos y
afición. Que el periodismo, al que muchos quieren ponerle muros y púas, no
parezca un intruso sino un aliado en este momento en que pocos recuerdan las
batallas que libramos los que defendemos esto, para lograr espacios y
reconocimiento, cuando muchos se comían los mocos. No es posible que hayamos hecho célebres a
los cuervos.
Twitter: @megasportradio
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