La desazón del
Venezuela-Ecuador contrastaba con la realidad que al final de la jornada
marcaba la clasificación. Con apenas un punto de cosecha, ascendíamos al cuarto
lugar, para estar en los papeles. Números irrebatibles que, más allá de las especulaciones, constituyen la renta de un
proceso que le enrostra la verdad conveniente a los descreídos, esa que le alcanza todavía para hacer ahora
un presupuesto más estrecho, pero válido para no desbancar la fe.
El compendio de expresiones
al final es para reflexionar. “No tenemos jugadores…; hay jugadores pero no hay
técnico…; tenemos los jugadores pero no hay sistema…; este equipo con otro
técnico puede jugar mejor…; dependemos de un tiro de Arango…; sin Rincón no
tenemos vida…; después de los partidos ante Argentina y Colombia, sabemos si
vamos al Mundial…En fin, frases más, frases menos, resumían los apocalípticos,
el futuro de la Vinotinto.
Como si el fútbol careciera
de un prólogo, un desarrollo y un epílogo, la gente al final, sobre todo esa
que se mete en la moda de la franela y asalta los estadios, sin más proyecto
que un triunfo que recompense tanto esfuerzo y grito, poco le importa el discurso sino las conclusiones. Se gana, se
empata o se pierde, y el desenlace marca
el parecer. Así ocurrió después de las victorias sobre Argentina y Paraguay como
en las horas bajas ante Chile y Perú.
Ante Ecuador volvió
Venezuela a dejar gruesas interrogantes. La más importante es si con ese fútbol
nos alcanza para llegar al Mundial. Cada
día se evidencia más que en el funcionamiento del equipo se han erigido fichas
insustituibles, sin las cuales, tenemos un equipo frágil en sus conceptos en la
cancha, vulnerable al extremo, cada vez que encontramos bloques sólidos como
esa fibrosa escuadra meridional que impuso sus leyes en Puerto La Cruz.
Aunque suene trillado, esta
Vinotinto del “pelotazo productivo” ha renegado de aquel ropaje que la envolvió
en años de Richard Páez. Si bien el porte liviano de aquellos jugadores –Vera,
Urdaneta, Morán, “Zurdo” Rojas, Ricardo David, etc.; inducía a un fútbol asociativo y menos
físico, las veces en que este equipo actual de gladiadores encantó y convenció,
fue precisamente cuando se insinuó dúctil e inspirado en lo individual, como en los apuntes que dejó en Asunción y en
largos pasajes de la última Copa América.
Ser más directa y vertical
le ha costado a esta selección de Farías caer en vacilaciones y dudas, que
lamentablemente postergan todo el potencial de sus jugadores ofensivos, caso
Rondón y Miku, acostumbrados como están en Europa a todo un protocolo que les
recrea las posibilidades con pelotas servidas con precisión para que ejecuten
ese oficio de redes que les caracteriza. Aquí dependen demasiado de un rebote y
del cuerpeo para anotar, exponiéndose además a un desgaste excesivo en su lucha
para liberarse solitarios de marcajes férreos.
El otro aspecto nada
futbolístico que afecta a la selección es esa relación de odio con los medios
de comunicación. Es inconcebible que se hayan levantado altos muros alrededor
del combinado nacional, envuelto en una
aureola de celebridad anticipada y divismo, no cónsona con la mentalidad del
futbolista y el ser venezolano. En una odisea se convertido requerir una nota
que salga de la camisa de fuerza de las ruedas de prensa o las zonas mixtas.
Mientras los jugadores
ecuatorianos caminaban por el lobby del
hotel en Puerto La Cruz, distendidos
pero concentrados en su objetivo, entre periodistas que entienden de respetar
los espacios y el momento propicio para el diálogo, a los nuestros les hacen
ver fantasmas que conspiran contra una ilusión de 30 millones que juegan a
favor de un sueño.
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