Cada vez que me encuentro
con Alex García King, es un acontecimiento personal. Por encima del fútbol, de
esa redondez que nos familiariza, existe un montón de maravillosas
coincidencias. Se trata del hoy entrenador del Zulia FC, un equipo que por
estos días aprovecha su legado de obrero insigne, de persona íntegra, cabal y
solidaria.
He conocido poca gente en el
fútbol como en la vida, cargada de la simpleza, el espíritu alegre y la disposición
permanente a plantear sin máscaras las situaciones. Hace mucho rato estuvo en
Guayana y se metió en lo más profundo del ser de esta región. Hizo unos días
con Mineros como entrenador y dejó una estela de logros en nuestra cantera,
insuperable hasta el presente.
A Maracaibo fue a parar, a
ese reducto beisbolero, del que salía un futbolista cada diez años. A pesar de
la vecindad con Colombia, nunca fue fácil visualizar un futuro a este deporte, impulsado
en la década pasada por un político de ancestros italianos que se propuso
cambiar el decorado. Alex, de alguna forma, encontró en el impetuoso Di Martino un
intérprete cabal de su ideal para forjar el sueño.
Así, ligado al trabajo que
desplegaba en las comunidades la Alcaldía de Maracaibo como en los clubes
privados que le abrieron sus puertas, fue cimentando, junto con otros colegas con muchos
merecimientos, lo que es el fútbol zuliano. De aquellas reminiscencias de
Adelis Fusil, Alexander Hezzel, Ferrebús, “El Avión” Medina, Naboyan y la auspiciosa aparición en la Vinotinto de
Juan Fuenmayor, Grendy Perozo y Yohandry Orozco, pasamos a una robusta etapa en
la que la entidad occidental es protagonista de primer orden.
Hoy es totalmente normal
encontrar a Zulia en las finales de los campeonatos nacionales y a un equipo
profesional tener hasta 7 jugadores maracuchos. Aunque algunos tengan apellidos
que vienen del otro lado de la frontera, son nacidos, criados y amamantados por
la Tierra del Sol Amada y en sus poblados vecinos. Allí está la mano de
Alex como de tantos entrenadores que se
fueron a cultivar en territorio agreste, mas familiarizado con las hazañas de
sus ilustres peloteros y con el único Salón de la Fama de las Grandes Ligas,
Luis Aparicio.
A pesar de la locura que
representó aquel ostentoso Unión Atlético Maracaibo que a realazo se estructuró para obligar al país a mirar
hacia el Zulia, desapareciendo luego como todo lo que no tiene fundamento y
bases sólidas, es bueno darle crédito a
la siembra en la mentalidad de quienes corrían detrás de una pelota bajo la
torrencial canícula de aquellos lados. Es que sin los reales que se
desbarataron en aquella bonanza, ha seguido erguida con otro nombre y mucho
orgullo, una divisa que hace de tripas
corazón y multiplica los panes de la mano de García King.
Cuando se fue Alex del
Estado Bolívar perdimos un baluarte en esa tarea tan especial y dedicada de
promover los valores de la cantera. Un
ejército de jugadores guayaneses invadió los espacios del fútbol nacional. De
Mineros, ni se diga, porque hizo subir
una cantidad considerable desde las menores. El departamento de porteros,
históricamente cubierto por fichas del patio, ya sabemos en lo que ha devenido después de aquellos días de
Nikolac, Cheo Gómez, Silano y Golindano.
Con Alex nos conocemos desde
muchachos por esos azares del destino que te recuerdan los días en la cancha La
Castellana de Pescaíto en Santa Marta y los gritos en el “Eduardo Santos” de
“Vamos Venezuela” del viejo “Bolón” Acosta, mientras mi madre rehacía su vida
de soltera en su país. Era un portero con buenas manos, respaldo de aquella
camada en la que jugábamos con Didí y
Carlos “El Pibe” Valderrama, los chinitos Wong y el monstruo “Chon” Rojas –el mayor fenómeno que vi y nunca
llegó al profesional-, entre otros pelaos con una clase sideral. Su hermano
mayor Radamel ya arrancaba cabezas como zaguero central.
Es imposible seguir contando
historias en este espacio dedicado al gran Alex, que para más señas también es
tío del mejor goleador del mundo, Falcao.
Twitter: @cdicksonp
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