domingo, 20 de marzo de 2011

Cómo Jugar como el Barcelona



¿Quién quiere jugar como el Barcelona? Ojalá que todo el mundo. La nueva versión del “Fútbol Total”, término que se consagró universalmente con la famosa “Naranja Mecánica” de Rinus Michel, entre los años 74 y 86, parece encontrar una versión mejorada en los últimos tiempos, en el exultante y mágico juego del club catalán.
Los holandeses demostraron que la fluidez del juego dependía en gran forma de la manera cómo un jugador podría desdoblarse en sus funciones, interpretando con propiedad cualquier posición. Esa adaptabilidad dependió, en gran parte,  de grandes condiciones físicas y técnicas de los futbolistas, además de una enorme comprensión de lo táctico,  para ocupar los espacios tanto en defensa como en ataque. Evidentemente, la experiencia, llevada desde el   Ajax de Ámsterdam hasta la selección de Holanda, tanto como la mano ductora de renombrado entrenador, tuvo en Johan Cruyff, el más excelso intérprete, sin obviar a Neeskens, Rep, Gullit, Rijkaard, Van Basten y pare de contar.
Tengo la impresión de que antes de los “naranjas”, fueron los brasileños, con el mejor conjunto en la historia en México 70, los que inspiraron  la filosofía de Michel.  Fue posible juntar a muchos genios en un once. Desde el recio Clodoaldo, pasando por Rivelino, Tostao, Gerson, Pelé, Jairzinho y Carlos Alberto, cualquiera podía apoderarse del papel de número 10 en determinada instancia del juego. La diferencia pudo haber estado quizás en el impresionante despliegue físico de los europeos de los Países Bajos.
Qué es entonces este Barcelona sino una hermosa fusión de estos dos estilos, en el que se privilegia la posesión de la pelota como elemento clave de su legado al fútbol mundial. Esa herencia de la que también ha sabido sacar  provecho la sempiterna “Furia Española”, frustrada tantas veces hasta la irrupción de los Xavi, Iniesta, Busquets y  Piqué.
Y cómo hacer para igualar esa impronta que le rompe el coco a los que pregonaban la especialización del jugador, una forma de ejercer como ministerio determinadas posiciones en el campo, sin ese valor agregado de trascender más allá del libreto.
Cuántos están más que pensando ahora, no en jugar como el Barcelona sino en las herramientas perversas para contrarrestar el arte y el toqueteo enloquecedor de un equipo que lleva hasta la impotencia a sus timoratos oponentes, que manejan acomplejados y casi  a  trompicones el balón, sin más remedio que echarla afuera o lanzar un pelotazo asesino de la floritura y el goce estético de la tribuna.
Para ser como el Barcelona hay que quemar un poco de libros, cursos, prejuicios y preconceptos, en los que abundan interrogantes trilladas y  respuestas de calle. Que si el 4-4-2 o si el 3-4-2-1 es el sistema de juego, están quedando fuera de lugar para quienes siguen pensando el fútbol como una entidad  estática, sin las exigencias dinámicas actuales. Muchos técnicos fantasmas son incapaces de reconocer que después del portero los diez restantes van a intentar asesinar al fútbol.
Tirarla lo más lejos de su arco, jugar al filo del reglamento e intentar sacar provecho de todas las argucias posibles para frenar a los hábiles y pescar penosos resultados,  así sean victorias labradas a sangre y fuego, con pico y pala y no con pinceles, seguirá siendo la prédica, mientras les da tiempo a los bandidos del fútbol de sobrevivir hasta que el futuro los arrase.
Un cambio radicalmente filosófico y de principios que afortunadamente está calando en  hombres que toman decisiones cruciales en el futuro del fútbol de sus países. Cuando uno escucha al técnico argentino Sergio Batista, decir que le gustaría que su equipo jugara como el Barcelona, está asistiendo a esa reconversión mental que debería ser bandera de todos sus colegas. Y si se tiene a un “fuera de serie” como Messi, forjado en la misma escuela de La Masía,  la tarea parece bien encaminada.
Ahora, no es fácil llegar a jugar como el Barcelona. Tanto como proyecto es una apuesta a la paciencia,  credibilidad y a las convicciones de quienes detentan el poder. Llevar a un grupo de jugadores a esos sincronismos, más allá de lo físico y lo táctico, pasa por atesorar las habilidades innatas de los más capaces. Entender que hay circunstancias y momentos del juego, en el que hay que reinventar para salir del atolladero, de los rivales que plantean antídotos válidos, a veces poco ortodoxos,  para contrarrestar ese despliegue imaginativo.
Esa deber ser  la tarea diaria en las canteras aquí y en el Polo Norte. La pelota es el bien más preciado, la única que sirve para ganar partidos. Malbaratarla con el pelotazo cruel o tirarla fuera del campo, es dársela al contario.  En esa onda, me gusta lo que intenta en nuestro contexto un tipo como Chuy Vera en el Zamora. Ojalá que le alcance para llegar lejos.




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