Hace pocos días el
seleccionador nacional, César Farías, dejó en el ambiente la sugerencia. “Tres
importados nada más para la próxima temporada”, asomó a sabiendas de que su voz
es casi un dictamen. El nuevo tiempo del jugador venezolano, que ha ganado espacios, puede ser un elemento
favorable para apretar el cupo (4) de los foráneos. También pudiera verse como
una respuesta a la calidad de los invitados, producto de las limitaciones
cambiarias y un poco a la falta de creatividad de nuestros equipos.
El hecho de que un jugador
panameño del campeón Zamora, Gabriel Torres, haya sido la sensación goleadora
del campeonato, y que su paisano, Rolando Escobar, apuntalara la buena performance
del vice Anzoátegui, constituye un hecho curioso, digno de análisis. Los
istmeños fueron la gran novedad, retribuyendo con creces una inversión que
seguramente está muy por debajo de lo que representan los tradicionales mercados
de Argentina, Uruguay y Brasil.
El tema monetario constituye
una complicación en la perspectiva sureña donde abundan las carpetas de
empresarios. Mirar hacia otras geografías, es parte de esa inventiva para
conseguir fichas útiles, a pesar del poco cartel. Una vez ULA-Mérida trajo
haitianos, Portuguesa mostró costarricenses, Caracas en un momento se la jugó con mexicanos. En todo caso, la
relación con los países de la Concacaf ha sido escasa desaprovechando una
oferta de talento, que nos da con una piedra en los dientes cuando vemos
destaques centroamericanos en las más prestigiosas ligas de Europa, Estados Unidos y México.
Colombia, por su vecindad, se ha convertido en
un surtidor habitual del fútbol venezolano. Antes Venezuela fue una especie de
cementerio en el que venían a quemar sus últimos cartuchos los jugadores
neogranadinos. La apreciación cambió en el contexto de los equipos colombianos,
que ahora conciben la pasantía por el fútbol “veneco” como un pasaje provechoso
para jóvenes figuras, que pueden crecer en un balompié exigente en lo físico,
quedarse si existe una buena tajada o retornar mejor armados.
Los casos recientes de los
delanteros Jonathan Copete, en Vélez Sarfield,
y Carlos Bacca, el mejor de la Liga Belga, son una de las tantas evidencias de ese
valioso periplo.
La liga venezolana maneja
una economía de guerra y es poco lo que puede hacer para gozar de las preferencias de divisas para
otros deportes profesionales como el baloncesto y el béisbol. Los dólares de
los importados son parte del secreto sumarial de los presupuestos de nuestros
equipos, que incluso comprometen montos en moneda extranjera de porciones de
los sueldos de jugadores criollos. Estas limitaciones conspiran a la hora de ir
a un mercado en el que los salarios de un buen fichaje puede rebasar cualquier
estimación de un equipo de nuestro circuito.
En otros tiempos, en el que
no había tantos empresarios ni existían videos, los jugadores llegaban a
Venezuela por la vía de buenos aliados, gente que había pasado por aquí como
entrenadores o jugadores y guardaban mucho agradecimiento al país. Llegaban
elementos que tenían escuela de los mejores equipos de Brasil, Argentina y
Uruguay, en un relación que no guarda ninguna similitud con estos tiempos.
También arribaron fichas con un pasado grandioso, incluso mundialistas, que
aunque cojeando dejaban estela de su
calidad. Jairzinho, Brito, Cafuringa, Nelinho, Iguarán, Perico León, Carrasco, Victorino, Letelier y
unos cuantos más fueron una enciclopedia para los jugadores criollos.
En este momento, son los
venezolanos, quienes a falta de esos referentes internacionales, asumen el
protagonismo y el liderazgo. ¿Hemos mejorado?. Ciertamente, pero también se ha
perdido ese contrapeso de la importación que no marca diferencia como debería
ser.
La confianza y la fe en el elemento
nativo apunta con esa sugerencia de Farías que seguro se convertirá en ley.
Twitter: @cdicksonp
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