miércoles, 5 de junio de 2013

La cuota de importados

Hace pocos días el seleccionador nacional, César Farías, dejó en el ambiente la sugerencia. “Tres importados nada más para la próxima temporada”, asomó a sabiendas de que su voz es casi un dictamen. El nuevo tiempo del jugador venezolano,  que ha ganado espacios, puede ser un elemento favorable para apretar el cupo (4) de los foráneos. También pudiera verse como una respuesta a la calidad de los invitados, producto de las limitaciones cambiarias y un poco a la falta de creatividad de nuestros equipos.
El hecho de que un jugador panameño del campeón Zamora, Gabriel Torres, haya sido la sensación goleadora del campeonato, y que su paisano, Rolando Escobar, apuntalara la buena performance del vice Anzoátegui, constituye un hecho curioso, digno de análisis. Los istmeños fueron la gran novedad, retribuyendo con creces una inversión que seguramente está muy por debajo de lo que representan los tradicionales mercados de Argentina, Uruguay y Brasil.
El tema monetario constituye una complicación en la perspectiva sureña donde abundan las carpetas de empresarios. Mirar hacia otras geografías, es parte de esa inventiva para conseguir fichas útiles, a pesar del poco cartel. Una vez ULA-Mérida trajo haitianos, Portuguesa mostró costarricenses, Caracas en un momento  se la jugó con mexicanos. En todo caso, la relación con los países de la Concacaf ha sido escasa desaprovechando una oferta de talento, que nos da con una piedra en los dientes cuando vemos destaques centroamericanos en las más prestigiosas  ligas de Europa, Estados Unidos y México.
 Colombia, por su vecindad, se ha convertido en un surtidor habitual del fútbol venezolano. Antes Venezuela fue una especie de cementerio en el que venían a quemar sus últimos cartuchos los jugadores neogranadinos. La apreciación cambió en el contexto de los equipos colombianos, que ahora conciben la pasantía por el fútbol “veneco” como un pasaje provechoso para jóvenes figuras, que pueden crecer en un balompié exigente en lo físico, quedarse si existe una buena tajada o retornar mejor armados.
Los casos recientes de los delanteros Jonathan Copete, en Vélez Sarfield,  y Carlos Bacca, el mejor de la Liga Belga,   son una de las tantas evidencias de ese valioso periplo.
La liga venezolana maneja una economía de guerra y es poco lo que puede hacer  para gozar de las preferencias de divisas para otros deportes profesionales como el baloncesto y el béisbol. Los dólares de los importados son parte del secreto sumarial de los presupuestos de nuestros equipos, que incluso comprometen montos en moneda extranjera de porciones de los sueldos de jugadores criollos. Estas limitaciones conspiran a la hora de ir a un mercado en el que los salarios de un buen fichaje puede rebasar cualquier estimación de un equipo de nuestro circuito.
En otros tiempos, en el que no había tantos empresarios ni existían videos, los jugadores llegaban a Venezuela por la vía de buenos aliados, gente que había pasado por aquí como entrenadores o jugadores y guardaban mucho agradecimiento al país. Llegaban elementos que tenían escuela de los mejores equipos de Brasil, Argentina y Uruguay, en un relación que no guarda ninguna similitud con estos tiempos. También arribaron fichas con un pasado grandioso, incluso mundialistas, que aunque cojeando dejaban  estela de su calidad. Jairzinho, Brito, Cafuringa, Nelinho,  Iguarán,  Perico León, Carrasco, Victorino, Letelier y unos cuantos más fueron una enciclopedia para los jugadores criollos.
En este momento, son los venezolanos, quienes a falta de esos referentes internacionales, asumen el protagonismo y el liderazgo. ¿Hemos mejorado?. Ciertamente, pero también se ha perdido ese contrapeso de la importación que no marca diferencia como debería ser.
La confianza y la fe en el elemento nativo apunta con esa sugerencia de Farías que seguro se convertirá en ley.
Twitter: @cdicksonp

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