sábado, 26 de febrero de 2011

El embrujo de Cachamay

El CTE Cachamay resuena en todo el país. El comportamiento del público en la presente temporada, acompañando a Mineros de Guayana, es un hecho que rescata lo que siempre se ha pregonado a través de los tiempos. Somos una región futbolística. Salvo que faltaba esa motivación especial, la que parece haber llegado con un equipo de nuevo cuño, que se vende como protagonista y se esfuerza por reiterarlo en la cancha.
Como ambiente de fútbol ningún escenario de Venezuela tiene el embrujo de un lleno de nuestro estadio. Aun inconcluso como proyecto, porque aquí se dibujó un escenario multifuncional y autosustentable con diversidad de zonas rentables, su aceptable cancha,  el confort de sus camerinos, salas de prensa, zona vip y auditorio, no tienen par en el país y en muy pocos estadios del continente y del mundo.
Empero, existe una gruesa deuda con los medios de comunicación, desprotegidos de cualquier contingencia climática y sin ninguna privacidad de cabinas aisladas,  lo que no deja de ser una gran falla, fácilmente subsanable con un poco de voluntad de sus administradores. Trabajar en San Cristóbal, Mérida, Puerto La Cruz, Maturín o Barquisimeto, resulta mucho más cómodo y seguro. Y la prensa tiene la tendencia de contaminar sus juicios deportivos con las incomodidades a la hora de cumplir sus faenas.
Pero repleto de público, el Cachamay -como preferimos llamarlo hasta que no se redondee el proyecto-, no tiene nada que envidiarle a cualquier coso futbolístico mundial.  En nuestro contexto, ni siquiera “Pueblo Nuevo” de San Cristóbal, apenas refaccionado en un 40% para la Copa América, puede comparársele a pesar de contar con  las barras más firmes y resteadas que logran contagian con sus cánticos al unísono a todos los asistentes.
En términos de arquitectura y detalles exclusivamente futbolísticos, el estadio Metropolitano de Barquisimeto, destaca como el mejor diseño. Aunque igualmente inconcluso, su terreno de juego es excepcional. Lo difícil es el acceso –ubicado lejos del centro de la ciudad en Cabudare,  mal que también padece ese monstruo mayúsculo de 50 mil almas, hasta cierto punto injustificable de Maturín, que difieren del concepto de estadios peatonales, a los que se tiene muy fácil acceso por cualquier tipo de medio de transporte, comenzando por la llegada y  marcha a pie, sin traumas,  de la gente. En este aspecto, Cachamay los supera, situado caprichosamente entre los dos núcleos urbanos de Puerto Ordaz y San Félix, al lado del hermoso Parque Cachamay y casi al borde del generoso río Caroní.
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Llenar el estadio es la gran meta de Mineros de Guayana en esta temporada. Cuando sólo cabían 14 mil almas, se produjeron eventos que rebasaron su capacidad. Un partido entre las selecciones de Venezuela y Perú, el Clásico en una final de Mineros-Minerven, los duelos contra Deportivo Táchira, fueron  imán de atracción de no menos 20 mil parroquianos que se acomodaron como pudieron en aquel complejo que había repotenciado la CVG a comienzos de los años 90.
Un Mineros ganador, como el que se pretende hoy, puede ser capaz de acercarse a ese hito de las 41.500 personas, algo que parece probable con  el entusiasmo desbordado que hay en toda la  región. Este equipo debe pelear su chance hasta el final y ya veremos que le depara el destino, en medio de una lucha brava, en la que tienen también altas pretensiones, cansados de ser mirones de palo, equipos como Anzoátegui, Real Esppor, Lara y Aragua. Ni que decir del Caracas del dubitativo Ceferino Bencomo con oficio  aún en sus horas más bajas.
El campeonato está muy cerrado y tiene los visos de llegar hasta las instancias decisivas, con una batalla campal por el título del Clausura. Las probabilidades del equipo de Carlos Maldonado son amplias, si logra amalgamar un buen juego de conjunto, comenzando por reafirmar su zona de contención y superar las inseguridades de su defensa, fácilmente abordable como lo demuestra su vulnerabilidad en todos los partidos. Adelante tiene un póker de ases temible, comandado por  el atacante colombiano “Champeta” Velásquez, corrido de mil batallas, respaldado por un “Buda” Torrealba inteligente, Maita díscolo pero bullidor y el aporte siempre necesario de Cordero.
Lo más notable ha sido la segunda vida de piezas como “Borolo” Yori y Luis Vallenilla, comprometidos como nunca, con darle esa identidad, esa especie de raza al eslabón perdido del fútbol guayanés, carente hace rato de jugadores “divisa”, esos que están más allá del hecho futbolístico y trazan con su actitud, la insignia en la percepción de los fanáticos propios y extraños.
Si Mineros hace lo que tiene que hacer, Cachamay  vivirá al final una fiesta inimaginable, estruendosa, a la que así no sea  verdad, nos permitiremos regodearnos, de que tenemos el mejor estadio del mundo.  Con un pleno negriazul en la Avenida Principal de Castillito, ninguna experiencia previa será mejor a lo que viviremos ese día. ¿Llegará…?

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