“Hay que mandarlos a
hacer una pretemporada de picardía a
Cúcuta”, solía aconsejar el dicharachero relator colombiano Benjamín Cuello,
quien dejó estela de excelencia de su buen quehacer en la radio de Mérida y San
Cristóbal. Esta fue su recomendación a un técnico de Estudiantes que se quejaba
de la falta de viveza de sus muchachos.
La anécdota viene a
colación con la reciente decepción de la Sub-20 de Venezuela en el
Suramericano. Cuesta encontrar argumentos para justificar una actuación lejos
de las posibilidades reales de un combinado que tuvo los jugadores,
planificación, tiempo y plena inversión federativa.
Por eso hay que
recurrir a las subyacencias del jugador venezolano, esos detalles de su génesis
y marca de fábrica, para intentar entender este desenlace, que como siempre se
achacará al mando técnico que es lo más fácil. Y sin ser la tragedia que encarna
la eliminación de gauchos y brasileños,
el mal trance de la joven Vinotinto tiene visos de fiasco terrible.
Como a Mathías le
toca su parte, creemos que descubrió tardíamente el funcionamiento de su mediocampo, en el que
se careció de un conductor hasta la aparición del chico Juan Pablo Añor. El
heredero de Bernardo mostró soltura, sentido del espacio, manejo y capacidad de
correr riesgo con la pelota, algo que no es común en nuestros jugadores, con
más características de gladiadores que
de hiladores finos de acciones
asociativas.
A esa dificultad de
asociarse, habría que adicionarle la
osadía para romper los esquemas contrarios y reinventarse en medio del libreto,
para crear las ocasiones de cara al arco contrario. A este equipo le costó
jugar al colectivo, interpretar los estilos que elementos como Machís, Josef o Arteaga, con etiqueta de importados, podían
potenciar en una sólida formación ofensiva como pocas en esta cita
suramericana.
No siempre van a coincidir en una selección tantos
jugadores con ese rodaje, desde el portero Contreras, que vio arruinada su extraordinaria
actuación por inocentadas en el fondo que propiciaron sanciones de tres tiros
penales en tres partidos. En estos niveles, seguimos pecando ingenuamente y eso
tiene que ver con esa picardía que no se enseña en la academia ni se consigue
en los centros de alto rendimiento de Estados Unidos o Europa.
Este torneo Sub-20,
si bien ha estado lejos del nivel de otras competiciones de la categoría, ha
dejado claro que se están imponiendo por los preceptos del fútbol técnico e imaginativo
como el demostrado hasta ahora por Chile y en gran parte por Perú. Uruguay y
Paraguay tienen casta y hambre. Colombia explosión y Ecuador hace rato que sabe
a qué juega.
Esa soltura para
desplazarse en el campo, esas maneras para jugar con naturalidad la pelota aún
con la camisa de fuerza de los
dictámenes de los entrenadores, que no impide al jugador la oportunidad de
ofrecer su repertorio individual en beneficio del conjunto, es lo que queremos
ver en nuestros muchachos.
El fútbol de
Venezuela debe romper con la dictadura del esquematismo, porque más allá de esa preparación que apunta a las variables
fisiológicas, priman las cualidades enteramente
futbolísticas relacionadas con la fundamentación con la pelota, la habilidad,
la precisión en el pase y la capacidad para ocupar los espacios en la cancha.
Estoy seguro que si
esa viveza criolla que muchas veces demostramos los venezolanos para sacar
ventaja en nuestra cotidianidad, violando las normas, irrespetando las
leyes, especulando con los precios y
jugando al más listo, las trasladáramos
al campo de juego, no tendríamos la necesidad de ir a Cúcuta para el intensivo
en picardía.
El fútbol, en fin,
está lleno de celadas, de trampas y engaños. La diferencia está en que todo eso
es correcto con una pelota en los pies.
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