viernes, 16 de noviembre de 2012

Fútbol en Blanco y Negro



Así como la Academia recientemente quedó subyugada por la nostalgia y terminó reconociendo con cinco "Óscar" a la obra de Michel Hazanavicius, que rinde culto en “The Artist” al cine mudo en blanco y negro, el fútbol vuelve su mirada emocionada hacia el atrevimiento como rescate de la estética y la orfebrería,  en tiempos de la sistematización casi robótica del juego.
Esa delicia que constituye, en plena era del 3D y de los apabullantes efectos sonoros, disfrutar de una obra del séptimo arte que seduce con las reminiscencias de las glorias del cine silente de los años 20, es la misma que se experimenta al volver a la esencia del potrero, cada vez que Messi, Neymar, Cristiano Ronaldo, Ibrahimovic, Iniesta,  Rooney, Van Persie  o Alexis Sánchez, desquician con sus malabares, gambetas y tacos todos los dispositivos tácticos que se instalan para cortarle las alas al virtuosismo.
En una época signada por la exposición física, la mecanización y el libreto, que sigan existiendo los dribladores es toda una fortuna, una especie de revancha de los artistas del balón, que demuestran que la fundamentación técnica y la intuición, riman mucho más con la tribuna,  que esa correosa batalla de gladiadores que, más que encantar,  enardece y propicia más ansiedad en una sociedad que clama por el disfrute como catarsis por estos días de turbulencia.
Una sola  jugada salida del talento de los ilusionistas, paga la entrada en cualquier estadio y retribuye el tiempo que se invierte en presenciar aletargado durante dos horas un partido por televisión. Cuando esta concluye dentro de la red, se convierte en un monumento a la excelencia y sello imborrable de sus autores.
Por estos últimos días, se han venido dando casi de forma reiterada expresiones futbolísticas cargadas de esa maravillosa insurgencia, que apuesta a favor del romance y la nostalgia, contra la camisa de fuerza de las tácticas y las estrategias. Una recreación espléndida de un fútbol en blanco y negro que hoy con Messi o Neymar, es una reivindicación del pasado. 
De  Garrincha,  aquel pájaro brasileño que instaló su reino en la banda derecha, a pesar de su cojera genética. Del Diego argentino que con su columna maltrecha desquiciaba a los matones de oficio. En fin,  de todos los que se atrevieron a desafiar las leyes de la gravedad, desvirtuando a su paso cuanta tranca, pierna fuerte y desalmada se les cruzó en el camino.
Para que ese canto al fútbol no muera, afortunadamente siguen existiendo cultores del buen quehacer, especie de curadores de obras maestras, que generan espacios para los habilidosos, a contrapié de las exigencias de resultados a corto plazo. Lo ha conseguido el Barcelona con una filosofía incubada en muchos años, el Santos de Brasil, Arsenal y Manchester de Inglaterra, un poco ese Milan globalizado. Intenta ser cuerpo en el Athletic Bilbao del maestro Bielsa,  resistido por  ratos pero instalado en la élite de las buenas batutas.
En  la actual  eliminatoria Premundialista Suramericana, el equipo de Colombia, ha recuperado de la mano del argentino Pekerman la  cédula de identidad de un fútbol que desde el tiempo de los Valderrama y Redín asemejaba al Barsa. Hoy son el milimétrico Macnelly Torres, el zurdito James Rodríguez, Cuadrado y pare de contar, quienes nos promueven el encanto.
En Venezuela, hubo un gran intento, aunque fugaz, del modesto Zamora de “Chuy” Vera en el Clausura 2011. Fueron pinceladas de un concepto que pudo trascender pero que fue abortado, por las turbulencias del camino.  
Es que, definitivamente, volver al blanco y negro puede ayudar a darle color al cine, al fútbol y a la vida misma.
@cdicksonp

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