Así como la Academia
recientemente quedó subyugada por la nostalgia y terminó reconociendo con cinco
"Óscar" a la obra de Michel Hazanavicius, que rinde culto en “The
Artist” al cine mudo en blanco y negro, el fútbol vuelve su mirada emocionada
hacia el atrevimiento como rescate de la estética y la orfebrería, en tiempos de la sistematización casi robótica
del juego.
Esa delicia que
constituye, en plena era del 3D y de los apabullantes efectos sonoros,
disfrutar de una obra del séptimo arte que seduce con las reminiscencias de las
glorias del cine silente de los años 20, es la misma que se experimenta al
volver a la esencia del potrero, cada vez que Messi, Neymar, Cristiano Ronaldo,
Ibrahimovic, Iniesta, Rooney, Van Persie
o Alexis Sánchez, desquician con sus malabares,
gambetas y tacos todos los dispositivos tácticos que se instalan para cortarle
las alas al virtuosismo.
En una época signada
por la exposición física, la mecanización y el libreto, que sigan existiendo
los dribladores es toda una fortuna, una especie de revancha de los artistas
del balón, que demuestran que la fundamentación técnica y la intuición, riman
mucho más con la tribuna, que esa
correosa batalla de gladiadores que, más que encantar, enardece y propicia más ansiedad en una
sociedad que clama por el disfrute como catarsis por estos días de turbulencia.
Una sola jugada salida del talento de los ilusionistas,
paga la entrada en cualquier estadio y retribuye el tiempo que se invierte en
presenciar aletargado durante dos horas un partido por televisión. Cuando esta
concluye dentro de la red, se convierte en un monumento a la excelencia y sello
imborrable de sus autores.
Por estos últimos
días, se han venido dando casi de forma reiterada expresiones futbolísticas
cargadas de esa maravillosa insurgencia, que apuesta a favor del romance y la
nostalgia, contra la camisa de fuerza de las tácticas y las estrategias. Una
recreación espléndida de un fútbol en blanco y negro que hoy con Messi o
Neymar, es una reivindicación del pasado.
De Garrincha,
aquel pájaro brasileño que instaló su reino en la banda derecha, a pesar
de su cojera genética. Del Diego argentino que con su columna maltrecha
desquiciaba a los matones de oficio. En fin, de todos los que se atrevieron a desafiar las
leyes de la gravedad, desvirtuando a su paso cuanta tranca, pierna fuerte y
desalmada se les cruzó en el camino.
Para que ese canto al
fútbol no muera, afortunadamente siguen existiendo cultores del buen quehacer,
especie de curadores de obras maestras, que generan espacios para los
habilidosos, a contrapié de las exigencias de resultados a corto plazo. Lo ha
conseguido el Barcelona con una filosofía incubada en muchos años, el Santos de
Brasil, Arsenal y Manchester de Inglaterra, un poco ese Milan globalizado.
Intenta ser cuerpo en el Athletic Bilbao del maestro Bielsa, resistido por ratos pero instalado en la élite de las buenas
batutas.
En la actual
eliminatoria Premundialista Suramericana, el equipo de Colombia, ha
recuperado de la mano del argentino Pekerman la
cédula de identidad de un fútbol que desde el tiempo de los Valderrama y
Redín asemejaba al Barsa. Hoy son el milimétrico Macnelly Torres, el zurdito
James Rodríguez, Cuadrado y pare de contar, quienes nos promueven el encanto.
En Venezuela, hubo un
gran intento, aunque fugaz, del modesto Zamora de “Chuy” Vera en el Clausura
2011. Fueron pinceladas de un concepto que pudo trascender pero que fue
abortado, por las turbulencias del camino.
Es que, definitivamente,
volver al blanco y negro puede ayudar a darle color al cine, al fútbol y a la
vida misma.
@cdicksonp
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